sábado, 9 de agosto de 2014

Los ultimos guardianes del Peyote

                        Huicholes ...los ultimos guardianes del peyote .....


jueves, 24 de abril de 2014

Huicholes, los ultimos guardianes del Peyote ..

"Huicholes: Los últimos guardianes del Peyote" relata la historia de la peregrinación a Wirikuta y la lucha del Pueblo Wixárika por mantener con vida ese territorio sagrado ante las concesiones otorgadas a empresas mineras en todo el área. El lugar, es el hogar del peyote, su medicina ancestral. 


   


viernes, 18 de abril de 2014

Peyote, tesoro de los huicholes

                 

Más allá de los tópicos, esta planta divina es una fuente inagotable de energía, sabiduría y curación. El peyote se entreteje con todos los ámbitos de la cultura huichol, que se mantiene fiel a sí misma en las inaccesibles montañas de la Sierra Madre Occidental. Reservados ante los extraños, poco se sabía hasta no hace mucho de la relación de los huicholes con el peyote. “¿Cuando tienes visiones, son imaginaciones, cosas del interior?”, pregunto al joven maracame Julio Parra. “No, están ahí, en la realidad, lo que pasa es que sin peyote no lo podemos ver, pero con peyote sí lo vemos”.

Bajo un árbol que le resguarda del fuerte sol de verano, Julio Parra se prepara para unirse al trabajo comunal. Hombres, niños y mujeres se afanan sembrando maíz en la escarpada ladera. Lo hacen en fila, barriendo el terreno de abajo a arriba, todos al tiempo. Es un deleite verlos trabajar con sus vestidos de colores vistosos resaltando sobre el verde brillante del pasto. Se oye berrear a un bebé que cuelga de una tela atada a la espalda de la madre, que blande el palo como si estuviera sola. Palazo, agujero, semilla, palazo, agujero… Un hombre se acerca a Julio y sin siquiera saludar se sienta a su lado y le alarga un cacto de peyote. Julio lo toma entre sus manos y lo limpia. Tiene la forma de un cono al que hubieran truncado la mitad puntiaguda. Excepto el plano superior, que es el único que sobresale de la tierra mientras crece, todo el cacto está rodeado de raíces pilosas, tras las cuales se adivina el cuerpo lechoso y terso típicamente cactáceo. “No sé si tomarlo, porque si lo tomo me pongo contento y se me quitan las ganas de trabajar”, bromea. Pero tras arrancar varios surcos, se los mete en la boca y los masca con fruición. “¿Con eso que has tomado puedes tener visiones?”, le pregunto ingenuamente. Julio me mira y replica condescendiente: “Las visiones no te vienen por lo que tomes. Las visiones vienen sólo si el peyote quiere. Si el peyote quiere darte sabiduría, lo hará. Puedes tomar mucho y no tener visiones. Y al revés, puedes tomar poco y tenerlas”. “¿Y yo lo puedo probar?”, digo dejando entrever mi interés. “Te podemos dar un poquito”, pero lo dice poco convencido y acto seguido se levanta, dejándome con muchas preguntas en los labios, y se une al grupo de trabajadores.
El secreto de Sierra Madre

Historiadores y antropólogos coinciden en que los huicholes usan actualmente el peyote tal y como lo hacían sus ancestros cuando llegaron los españoles a América, hace ya quinientos años. Y eso que el catolicismo se empeñó en borrar de la faz de la tierra este puente de comunicación entre el hombre y Dios y su uso estaba perseguido y penado por la Inquisición debido a su relación con “rituales paganos y supersticiones”, que buscaban conectar a los hombres con espíritus malignos a través de “fantasías diabólicas”. En manuales para la conversión versión del siglo XVIII, para determinar si el aspirante indígena podía entrar en la organización católica, se establecían entre otras las siguientes preguntas: ¿Has comido carne de hombre? ¿Has comido peyote? ¿Has chupado la sangre de otros? ¿Has caminado durante la noche convocando la ayuda de los demonios? ¿Has bebido peyote o se lo has dado a beber a otros para descubrir secretos o el lugar donde se encuentran objetos perdidos o robados? Pese a la enconada persecución, coras, tarahumaras, tepehuanes, y muchos otros grupos indígenas norteamericanos, consumen habitualmente este cacto mágico que, sin embargo, adquiere su máxima expresión en la cultura huichol.
“¿Quién toma el peyote?”, le pregunto a Julio mientras caminamos montaña arriba. “¿Lo toman todos los huicholes?” “Sí, todos los huicholes, hasta los niños. Los niños pequeñitos lo toman desde que la madre está embarazada”. Julio avanza a pasos rápidos y cortos por la escabrosa orografía. “¿Y para qué lo tomáis?” “El peyote te enseña lo bueno y lo malo, para que no hagas pecados”, dice tajante, sin ahondar en las explicaciones.
De vez en cuando detiene su caminar rápido y saltarín y se agacha para recoger alguna hierba. “Estas hierbas son para la calentura”, y arranca un manojo. “¿Cómo has aprendido para lo que sirve cada planta?”, le pregunto. “Yo, todo lo que sé de maracame lo he aprendido a través del peyote. De plantas conozco cuarenta o sesenta variedades que sirven para curar de todo. El peyote me lo ha mostrado. Tomo peyote y me dice muchas cosas. El peyote y la tradición familiar”, concluye Julio.

Reanudamos la ascensión y llegamos a una explanada con dos casas de adobe y varios carretones. Una vista espectacular al poniente se abre sobre los barrancos. “Este es el rancho de mi hermana”, dice Julio, y descubro en el quicio de la puerta a una mujer rodeada de cuatro mocosos con aspecto enfermizo, semidesnudos, llorosos, lamentándose y gimiendo. El sol dora la escena, que contrasta con el verdor de las montañas de alrededor. Es una imagen de patética miseria dentro de la belleza y el color de la sierra. La madre saca de un paño a su bebé y lo ofrece al maracame, que se inclina sobre el cuerpecito y posa su mano sobre el torso mientras ora, concentrado. Le aprieta el tórax con las manos, luego se inclina hacia el pequeño pecho, lo chupa y después lo absorbe. Se da la vuelta y escupe un gargajo blanco y consistente; parece chicle pero no lo es, tampoco parece un gargajo en realidad. Repite este gesto varias veces y en una de ellas ese extraño cuerpo blanco golpea el muro de la casa y justo desde el punto en que choca inicia su vuelo una mariposa que se detiene metros más allá. A mí me ha parecido que el gargajo al golpear la piedra se ha convertido en mariposa, aunque eso es físicamente imposible. Julio observa atentamente la trayectoria de la mariposa, como si pudiera obtener alguna información valiosa. El bebé continúa llorando sin consuelo. Julio termina su limpia y se separa emocionado, con lágrimas en los ojos.
               
                              

La voz del jíkuri

La vida y la muerte se encuentran por la noche alrededor de Tatewari, el Abuelo Fuego, uno de los dioses principales en el complejo entramado mitológico de los huicholes. “Esta noche vamos a preguntarle al peyote qué podemos hacer para salvar la vida del niño”, es lo único que dice Julio, apesadumbrado, acerca de lo que va a pasar. Su cuñado, cuyas ropas blancas tienen bordados dibujos de animales sagrados, enciende el fuego alrededor del cual se va a cantar. Es el padre de la criatura enferma. A su lado está la esposa y madre, la hermana de Julio, que apila mantas frente al fuego, donde tiende al bebé, que llora penosamente con un gemido lastimero, como de cachorrillo. Ella tiene asimismo gesto grave mientras trata de calmar el triste lamento del bebé, que se extiende por la montaña sin encontrar alivio. El suegro de Julio, un hombre de rostro profundamente surcado, seco, es esta noche el cantador, el que a través de su voz, ruda y cavernosa, va a conectar con los espíritus. Enseguida aparecen varios cactos y tras limpiarlos los van engullendo. Los tres hombres, que forman un triángulo frente al fuego, están absolutamente concentrados en las evoluciones de las llamas, leyendo sus mensajes, y envueltos en mantas que les protegen del frío aire que sopla, mascan peyote. Un niño va moviendo maderos candentes y recolocándolos en la hoguera con gran habilidad. Luego llega otro y juega a coger el fuego, literalmente, con las manos, y después se lo pasa por la cabeza. Lo hace consigo mismo y conmigo, que miro alucinado. Pronto los niños desaparecen. Los tres hombres siguen extasiados en la contemplación del fuego, con los carrillos hinchados por el cacto. Confirmo la intuición de que mi presencia no es deseada cuando, al poco de comenzar la ceremonia, Julio se dirige a mí para decirme: “Ya es hora de que vayas a descansar”. Desde el carretón al que me retiro escucho la voz cavernosa del cantador, que rasga la noche hasta que se hace el día.
A la mañana siguiente, en la cara de Julio se dibuja la máxima expresión del pesar. “No he dormido nada”, me dice. “Hemos estado toda la noche junto al fuego, cantando. Mi sobrinito, el hijo de mi hermana está muy malo. Ayer lo llevaron al médico y parece que va a morir. Eso nos dijo el peyote también”. Pero la vida sigue y esta mañana va a tener lugar una ceremonia muy importante para la prosperidad de la familia de Julio. Después de trabajar durante días en el sembrado de su milpa esta mañana Julio y su familia, incluidos su bebé y los dos niños pequeños, su hija y su yerno, caminan montaña abajo durante cuarenta minutos hasta llegar al terreno para, todos juntos, orar por el éxito de la siembra. Julio muestra esa cara suya de pesar que le acomete a menudo. Para combatirla saca de su morral colorido una planta de peyote y comienza a limpiarla. “Cuando tomas una noche peyote, si no tomas al día siguiente, estás triste, bajo de energía. Además, como he estado toda la noche sin dormir, ahora necesito tomar, porque me da fuerza”, dice mientras le pega un bocado al cacto. Santos, el yerno, un joven sonriente y alegre, agrega: “Mi padre toma peyote todos los días, y el día que no toma le duele mucho la cabeza y tiene que tomar”. Mientras, Julio ha comenzado a consagrar las jícaras ceremoniales. Las jícaras son cuencos hechos a partir de una cáscara de calabaza partida por la mitad. Serán enterradas con un grano de maíz, del que crecerá una planta que cuidarán con especial atención. Después de orar, Julio pide a cada uno de los miembros de la familia que las coloquen en los agujeros, mientras agita su lanza con pluma y recita sus oraciones ensimismado otra vez. “Yo me concentro mucho y entonces…”, se va, pero no es capaz de explicar en español cómo entra en trance, ni por qué, ni adónde llega. Y continúa con sus rezos. Y llora.      


La tristeza es un rasgo característico de los maracames huicholes, quizá originada por algún tipo de certeza de fatalidad, quizá producto de las duras condiciones de vida que imperan en las montañas que separan los estados de Nayarit y Jalisco. Aunque no siempre fue así. Antes de la llegada de los invasores europeos, los huicholes habitaban los fértiles valles de Tepic y las suaves costas del Pacífico. Como eran las tierras más adecuadas para la explotación económica, fueron rápidamente sometidas por los europeos, y los huicholes, para no ser expropiados de sí mismos, se retiraron al inaccesible entramado de barrancos y montañas de la Sierra Madre Occidental, su Tierra Sagrada.
La Tristeza, y no es casualidad, es también el nombre de un centro ceremonial que Julio me lleva a visitar. A La Tristeza acuden los habitantes del Rancho Cebolletas, donde vive Julio, y de otros puntos alrededor. Es una explanada protegida por las imponentes montañas. Consta de tres casas de adobe, de gran sencillez. También hay un muro semicircular destinado al sacrificio de animales. “Mira la sangre seca”, me indica, y es cierto que huele a despojos podridos. “Anoche estaban borrachos, de fiesta. La otra vez que hicimos fiesta hubo varias personas que no se acordaron de dónde había sido”, ríe burlón. “Aquí se viene por la mañana, se canta, se baila, se come peyote, se sacrifican animales, se bebe tejuino hasta que nos emborrachamos”. El tejuino es una bebida alcohólica obtenida a partir de la fermentación del maíz. ¿Por qué y cuándo se hacen fiestas?, le pregunto. “Cuando queremos”, contesta extrañado, como si no pudiera ser de otra forma. “Las fiestas son siempre espirituales, religiosas”, concluye. Luego, antes de irnos, coge dos palos, me alarga uno y los tiramos a la hoguera apagada.
Ofrendas, peregrinaciones, lugares sagrados

“Tengo un poco de sueño y cansancio”, dice Julio otro día mientras nos dirigimos hacia Tirikie, uno de los centros de peregrinación de la tradición huichol. “¿A que no sabes lo que tengo para el sueño y el cansancio?”, y nos reímos todos porque simultáneamente de la bolsa saca media planta de peyote y la mira con deseo. Ángel y él intercambian unas palabras en huichol. “Mejor tomarlo arriba”, zanja Julio. Ángel, el cuñado de Julio, que hoy nos acompaña, trae consigo un rústico violín que rasga mientras caminamos. Seguimos subiendo hacia lo alto de la montaña, hacia el lugar sagrado. En la cumbre, encontramos una explanada protegida al occidente por una suave pendiente y abierta al oriente. En esta dirección se alzan enormes peñascos redondeados por siglos de erosión, peñas desunidas y desnudas, que se apoyan unas en otras, y que crean un espacio natural catedralicio, que impone un sentimiento de mística reverencia. “Aquí la gente viene a dejar sus ofrendas desde todas partes. Todos los huicholes vienen aquí desde muy lejos. Aquí, donde estamos, sacrifican su borrego y se van”, explica el maracame.
Nos internamos por un estrecho pasaje en la intrincada y laberíntica red que han generado las peñas derrumbadas. El primer pasaje desemboca en una oquedad. Por encima de nuestras cabezas queda el cielo, alrededor hay grandes rocas lisas y verticales. El centro de este reducto lo ocupa un altar para dejar ofrendas, un altar otrora cubierto por un techo de paja del que sólo quedan los palos de la estructura que lo sostenían. El altar está tapizado por velas, jícaras, monedas, figuritas de animales sagrados tallados en madera, lazos, y toda una serie de objetos que han ido dejando los peregrinos. También hay basura alrededor: envases diversos de comida y bebida. Julio se sienta frente al altar y se pierde en un estado de ensimismamiento característico.
Entre las ofrendas, Julio ha encontrado un peyote polvoriento. “¡Que suerte!”, exclama Ángel. Tomarlo y limpiarlo es todo uno. A mí me choca que hayan tomado la ofrenda que otra persona ha dejado. Julio reza y llora alternativamente. Luego se dedica a limpiar un trozo de peyote y lo masca con fruición, almacenándolo en su carrillo, de donde irá obteniendo poco a poco el jugo mágico. A su vez Ángel termina de limpiar el que ha encontrado y se lo da al maracame. Ángel toca notas independientes entre sí que marcan nuestro estado de ánimo. Julio le mete en la boca un buen pedazo de peyote. Luego se dirige a mí. “¿Quieres probar?” Claro que quiero, es la primera vez que me ofrece. Me alarga un surco, una pequeña parte del cacto, del tamaño de un gajo de naranja. “¿Me puedes dar más?”, le pregunto. Me mira serio y deniega tajantemente. “Eso es suficiente”. Ángel a mi lado ríe y apunta: “A ver si te van a dar ganas de vomitar”. Pero tercia Julio, solemne: “No, su cuerpo quiere conocer, no le va a hacer daño”. Me lo meto en la boca y mastico lentamente. “¿Qué me va a pasar?”, le pregunto. “Lo vas a ver y oír todo bien clarito, y el pensamiento te va a funcionar muy bien, bien clarito. Y te va a dar mucha energía”. El sabor es amargo, la pulpa es jugosa. Lo retengo en la boca, lo chupo, espero. “Es sólo un poco, para que te vayas acostumbrando”, explica Julio. Pasan los minutos. Comienzo a notar como si un velo hubiera desparecido de mis ojos, de mis oídos, de mi entendimiento y percepción. Escucho los pájaros piar en la lejanía. Me fijo en detalles en los que no había reparado. Ángel, que también tiene el moflete hinchado, se ha callado hace rato y sólo se manifiesta a través de su violín. Sus notas, pese a ser disonantes, a no provenir de una armonía común, suenan bien, al azar, tocadas en intervalos irregulares. Se está produciendo un ligero cambio en mi percepción y en la comunicación entre nosotros. Me descubro admirando la intensidad de los verdes, de los morados, de la tierra. Me fijo en una oruga negra que puebla las hojas del lugar en el que descansamos. Con la dosis que me ha dado Julio, poco más.

En su valiosa obra, Las plantas de los dioses, Albert Hofmann y Richard Schultes muestran su admiración por esta planta legendaria: “Se produce un juego caleidoscópico de visiones coloridas de indescriptible belleza. Se perciben destellos y centelleos de colores, cuya intensidad y pureza desafían cualquier descripción. Frecuentemente las visiones son una secuencia que va de figuras geométricas a objetos extraños y grotescos cuyas características varían de un individuo a otro”. Sin embargo, para alcanzar tal nivel de embriaguez, no basta con tomar uno o dos surcos. Ni siquiera una cabeza. Aunque depende de muchos factores, es preciso ingerir cuatro o cinco cactos enteros antes de empezar a sentir un cambio agudo en la percepción. Hay quien asegura haber comido durante días antes de descubrir la maravilla.
La llave del tesoro es una molécula que contiene el cacto y que es capaz de desencadenar asombrosos cambios bioquímicos y de percepción: la mezcalina. Sintetizada por primera vez en 1896 por Arthur Heffter, un farmacólogo alemán, resulta que esta molécula tiene una estructura prácticamente idéntica a la de un importante neurotransmisor del cerebro: noradrenalina. “Esta asombrosa relación puede ayudar a explicar la potencia psicotrópica de los alucinógenos”, apuntan Schultes y Hofmann. “Como tienen la misma estructura básica, pueden actuar en los mismos sitios del sistema nervioso que las ya mencionadas hormonas cerebrales, como si fueran llaves que abran un mismo candado. El resultado es que las funciones psicofisiológicas asociadas a estas zonas del cerebro se ven alteradas, suprimidas, estimuladas o modificadas de una u otra manera”.
Pero lo que sólo en las últimas décadas han venido a descubrir los estudiosos occidentales, son tesoros del conocimiento que guardan con celo los maracames huicholes, de generación en generación, desde tiempo inmemorial. Hubo una época en la que esta tradición se vio amenazada por una cruz sombría. Hoy la amenaza es representada por los carteles publicitarios de oscuras gaseosas que, por supuesto, han llegado también a esta recóndita parte del planeta.

                                         Poesía Huichola

    

Nemutatsuaka 

Nemutatsuaka ’ena tetetsie nehakaiti
’ena netsuariya ’aixi ma’ane, ’aixi mitiutsuani,
nehixite ri kwinie mitihatika.
Tanaiti temuyetsuari hipati kwinie hipati yaki,
ne hiki kwinie nemireutsuamiki ’aimieme ’ena nemaka
netsuariyatsie ne’uyeniereti.
Heiwa tsepa pemikareutsuamiki pemitatsuaritiarieni,
tsi tsuariya mitatsikuweiyane tanuiwaritsie tamiiyatsie,
Tuukari mikaxuawe tsuaritsie mieme xeikia.
’Aimieme hiki nemutatsuaka mexi neyiwe,
mexi nehamarike,
mexi nehixite katiwawe.
Tsuariya mikayutua,
maiweti mi’ane, meiti’enietiyeika xeikia kemi’ane mitatsuaka,
tsi ta’iyaritsiepaiti hatineikati mi’ane
’aimieme xei ’ukai ’aixi retsuarieti ’aixi yeme kana’aneni.
Estoy llorando

Estoy llorando sentada aquí en esta piedra.
El llorar aquí vale la pena, se llora bien:
mis ojos ya están hinchados.
Todos lloramos por algo; unos poco, otros mucho,
hoy, lloro sin dejar de mirar a través de mis lágrimas.
A veces no quieres llorar, pero te hacen llorar,
el llanto nos persigue y morimos con él.
No hay día especial para llorar.
Por eso, hoy lloro, mientras puedo,
mientras sé llorar,
mientras mis ojos no se han secado.
El llanto no se vende,
el llanto es sagrado para aquel que lo llora,
y una lágrima bien llorada merece respeto por aquel que no la llora.

Nenausi

Atsi pepikahaineni nenetapani seikia,
kataku ’aniuki tau hanutahitiani,
hiki tikali pitatsanukanama.
Pepikahaumaka, nekulika ’eki ’aku Nenausi;
tikali li peukuyeika, ya kuta tepiyini, ¡’au pi’i!
Neneupitia taxukuri tepitamani,
muwa ne’imiali nepitanuiya,
muwa ne’iili nepitakenikeyu,
nehatiyilati ’aha nepa’iniatakeyu,
’awewiya netemawieti nepiyiane,
neneupitia, ’eki ’aku Nenausi, nekulika, ¡’au pi’i!
Hiki li, tahikiate ’ikalitia temisewi
Ta’iteili li muyunuiwitiane,
tatuukali meuhane temi’iwiyani,
pepikaumaka li, ’eki ’aku Nenausi.
Mi Nausi*

No digas nada, sólo abrázame,
no vaya a ser que tu voz despierte al sol,
ahora que la noche nos cobija.
No tengas miedo, hermanita grande; sí, tú, mi Nausi.
La noche se desvanece pronto, hagámoslo ahora, ¡di que sí!
Deja que coloquemos el mismo xukuri,**
que ahí quiero tener mi semilla,
ahí mismo quiero también poner mi flecha,
que creciendo probará de tu agua.
Busco y persigo lo que tú sabes hacer,
tú, mi Nausi, mi hermanita grande, ¡di que sí!
Ahora ya somos uno bajo la noche,
nuestra semilla está creciendo,
en los días venideros lo habremos de cuidar,
ya no tengas miedo, tú, mi Nausi.

’Aniuki

’Aniuki nemaye’erietiyeika
Tatewarí aurie ne’utikaiti.
’Eki ’auwenitsie
neta ne’itsitsie.
Nemikaramate ketipaimexia titi
nemireuku nemetsita’enieti,
ya titi ’a’ixatsika
neheinitsita paiti nemetima.
Nunutsi yu’iyarita pai
’a’imiari mukaxei.
Hiki miki ’emutewi, mitikema ri.
’Ahepai ’uwenitsie mitiutiyeixa.
Yutiiriyama mitiwaruti’ixatsitiwa,
me’ita’enieti memeukukutsu.
Miki mi’ane mikawaranutahitiwa,
tsi miramate kename ’ixatsikaya
wareukutiwati waheinitsita paiti
’ukateteke ’u’iwieximeti.
Tus palabras

Recuerdo tus palabras,
sentados junto a Tatewarí.
Tú, en tu equipal,
yo en mi petate.
No recuerdo cuántas veces
me dormí escuchándote,
tus palabras
se seguían grabando en mis sueños.
Como semillas
las dejabas caer
sobre mi corazón de niña.
Ahora ha crecido y tiene sus propios poderes.
Igual que tú se sienta en su equipal.
A sus hijos entrega su palabra,
y éstos se duermen escuchándolas.
Jamás los despierta,
sabe que sus palabras
penetran en los sueños
como semillas.

miércoles, 16 de abril de 2014



  

Mineras canadienses: ejemplares en su nación, corruptas en México




    
Un estudio gubernamental elaborado en el año 2013 llegó a la siguiente conclusión: las empresas canadienses que asumen conductas ejemplares y responsables en su nación son “a ciencia cierta las empresas más corruptas cuando invierten en el sector minero en México”.
El documento destaca que el país ha cedido irremisiblemente millones de toneladas de recursos no renovables y alerta sobre la pérdida de soberanía nacional por la entrega de la mitad del territorio en concesiones mineras –en su mayoría a firmas canadienses– por “los errores derivados de la sobreapertura comercial”.
Elaborado por la Comisión para el Diálogo con los Pueblos Indígenas de México (CDPIM) de la Secretaría de Gobernación, el Estudio de la minería en México. Un análisis comparado con Canadá –que Proceso pudo consultar– desglosa en sus 200 páginas desde los aspectos elementales de comprensión del sector minero hasta los casos ejemplares de los excesos extranjeros.
Entre las revelaciones del documento se observa que el gobierno mexicano ha ocultado información desde el sexenio de Ernesto Zedillo, cuando se incrementó el otorgamiento deconcesiones mineras.
Y previene: “Durante el desarrollo del estudio nos encontramos con la dificultad de que las bases de datos oficiales se alejan de la veracidad de los hechos, por lo que el estudio pretende identificar las lagunas y distorsiones, puesto que las cifras, estadísticas, datos e indicadores han sido disfrazados por las mismas autoridades”.
Con base en cuadros y estadísticas propios, la CDPIM demuestra que las mineras canadienses no pagan impuestos, no tienen restricciones ambientales suficientes y despojan a comunidades indígenas y campesinas por medio de la corrupción de sus líderes y autoridades… todo lo que no podrían hacer en su país.
México es el primer productor de plata del mundo, tercero en bismuto, quinto en plomo, noveno en oro y undécimo en cobre, por lo que la inversión extranjera en el sector minero ha crecido vertiginosamente en los últimos 12 años.
Según el documento, del total de mineras que operan en México, 70 por ciento son extranjeras. De éstas, 74 por ciento tienen participación canadiense y 15 por ciento, estadunidense.
Con base en un estudio realizado en 2012 por el Instituto Fraser de Canadá acerca de los países con potencial minero, el texto de la CDPIM destaca que México aparece en quinto lugar debajo de Estados Unidos, Chile, Canadá y Burkina Faso.
Pero el mismo estudio revela que en cuanto a los indicadores político, económico y social México ocupa el lugar 53 de los 94 países evaluados, superado incluso por naciones poco desarrolladas como Botswana, Namibia, Tanzania, Vietnam, Perú y Guatemala.
El análisis de la CDPIM resume con una expresión la contradicción de ese resultado con respecto al incremento de las inversiones canadienses: “México es el paraíso fiscal de Canadá en materia minera”.
Goldcorp
La trasnacional canadiense Goldcorp, con sede en Vancouver, tiene varios proyectos en México, donde es la principal productora de oro (411 mil onzas en 2012). En su país se rige bajo la Ley de Impuestos Mineros de la Columbia Británica (Mineral Tax Act).
De acuerdo con esa ley, por la operación de una mina tendría que pagar 2 por ciento de su ingreso operativo más 13 por ciento de su ingreso neto acumulado adicional; dos impuestos sobre la renta (ISR), uno provincial de 10 por ciento y otro federal de 15 por ciento; tendría que haber tramitado una licencia social de operación, pagar permisos y trámites municipales; no disfrutaría una concesión de 50 años como en México y estaría obligada a seguir reglas y protocolos ambientales estrictos.
Además tendría que someterse a la iniciativa Hacia una Minería Sustentable, elaborada por el gobierno federal y organizaciones civiles, lo cual la obliga a aplicar programas de protección ambiental, armonía y desarrollo comunitario e inclusión laboral indígena, entre otros aspectos.
En México, Goldcorp sólo tiene que pagar el ISR, que además es acreditable gracias al Convenio de Eliminación de Doble Tributación, lo que implica que puede acceder a créditos o exenciones fiscales.
Aquí el pago de su concesión es irrisorio. Por ejemplo, tiene 70 mil 900 hectáreas concesionadas en Sonora, donde explota una mina de oro. En 2012 sólo esa operación le produjo una utilidad bruta superior a los 2 mil millones de pesos. Pagó 5.70 pesos semestrales por cada hectárea de la concesión, un total de 809 mil pesos en el año, equivalentes a 0.039 por ciento de sus utilidades netas.
La información, expuesta ampliamente por el estudio de la CDPIM, establece que la legislación vigente sólo exige el pago de derechos conforme a la fracción II del artículo 27 de la Ley Minera y al artículo 263 de la Ley Federal de Derechos, que marcan de 5.70 a 124.74 pesos semestrales por hectárea.
Para el estudio se elaboró una tabla donde se muestran las contribuciones fiscales por proyectos mineros en Canadá con base en los resultados de operaciones de varias empresas. Ahí, por ejemplo, se puede observar lo que pagó (convertido a pesos) Agnico Eagle Mines en una mina registrada en Quebec, que en 2012 tuvo una utilidad bruta similar a la de Goldcorp en Sonora.
Agnico Eagle debió pagar por ISR provincial 262 millones 206 mil pesos, y por impuesto minero 352 millones 618 mil pesos, sin contar el ISR federal, que es acreditable, es decir, deducible o sujeto a exenciones.
El estudio de la CDPIM menciona que el gravamen de 7.5 a la minería, propuesto en la reforma fiscal de octubre pasado, es un avance pero aún insuficiente. Entre diferentes aspectos a mejorar destaca que, conforme a parámetros internacionales, en vez de catalogarse como derecho especial debe ser “impuesto a la minería”, debe aplicarse a los ingresos brutos y no a los netos, establecer ajustes para proteger y estimular a los capitalistas nacionales y dar facultades recaudatorias a los estados y municipios.
Génesis de conflictos
La opacidad en las cifras y datos oficiales son evidenciadas en el estudio. Por ejemplo, la Secretaría de Economía (SE) expone que hay 26 mil 7 concesiones mineras vigentes y que éstas ocupan 13.8 por ciento del territorio nacional.
Pero con las mismas estadísticas de la dependencia federal se demuestra que de 1993 a 2012 se otorgaron 43 mil 675 concesiones que amparan una superficie de 95 millones 765 mil 800 hectáreas. Prácticamente la mitad del país.
En los últimos tres sexenios la cantidad de tierra concesionada aumentó: con Ernesto Zedillo fueron 34.5 millones de hectáreas; con Fox, 25.1 millones, y con Calderón, 34.3 millones. En la administración de Zedillo se concesionó más tierra pero fue Calderón quien otorgó más títulos de concesión.
Las concesiones han impactado ya al mundo indígena. Según el estudio de la CDPIM, 97.1 por ciento del territorio de los paipai, etnia de Baja California, fue cedido para operaciones mineras; también 85 por ciento del territorio kiliwa, 65 por ciento del kikapú, 50 por ciento de las tierras pames y 33 por ciento de los territorios coras.
La lista incluye 42 pueblos indígenas que resienten la ocupación minera. Entre los más afectados están los chatinos, coras, mixtecos, rarámuris, tepehuanes y zapotecos.
El estudio refiere que la explotación minera “es génesis de múltiples conflictos sociales, que en algunos casos han derivado en enfrentamientos armados, desplazamientos forzados de comunidades y aumento de violencia”.
Por otra parte, el estudio dedica un apartado a las condiciones laborales contrastantes entre México y Canadá en el sector. Su análisis se sustenta en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2012, la cual mostró que alrededor de 231 mil personas trabajaban en la minería. Sin embargo, el IMSS tuvo registro ese mismo año sólo de 110 mil mineros. De manera que 52 por ciento de los trabajadores de minas no cotizan en el Seguro Social.
La ausencia de seguridad social –algo impensable en Canadá– se suma a la disparidad salarial, según el estudio; asimismo, establece que 69% de los mineros ganan menos de cinco salarios mínimos.
La conversión a dólares canadienses es reveladora: un minero en México gana en promedio 3.26 dólares por hora y en una jornada de ocho horas sumaría 26.08 dólares. Un minero en Canadá gana 26 dólares por hora o 208 a lo largo de una jornada. Es decir que un minero canadiense gana por una hora de trabajo lo que un mexicano gana en un día.
“Si se toma en cuenta que el precio de los minerales es internacional y que los costos de producción son similares en México y Canadá, con la ventaja de que aquí no pagan impuestos, el bajo salario es injustificable, pues no compensa el riesgo y con frecuencia viola los derechos laborales.”
Por esos motivos el estudio establece que en el país hay 26 conflictos sociales activos derivados de la explotación minera en distintos estados, la mayoría por la operación de empresas de origen canadiense.
Salvemos Wirikuta de la explotación de las mineras                             Canadienses 

   
   La creación según la cosmogonía Huichol


  


  


  



      

             Huicholes, los últimos guardianes del peyote

     

Todo inicia en el pueblo de La Tristeza, Nayarit. Elmar-akamees don Francisco, hombre de gran sabiduría y sencillez. Es el guía espiritual de la comunidad.

Sólo él puede ver al venado azul, Kauyumari, hermano mayor de los huicholes, y representante de los dioses. Es continuador de la tradición, "el costumbre", que con su fiel compañero Tetehuari, Dios del Fuego, conocen el destino de los huicholes.

Con don Francisco van los peyoteros, peregrinos, de su comunidad y del pueblo Salvador Allende. Todos se dirigen a Wirikuta. Esta vez irán en camión hasta la entrada al desierto, y después caminarán varias horas para llegar al lugar sagrado a recolectar peyotes. Antiguamente todo el trayecto se hacía a pie.

En el grupo van dos niños con el rostro cubierto, requisito indispensable para quienes inician su primer viaje a Wirikuta. Los peyoteros adornan sus sombreros con colas de ardillas, plumas de colores y, si es posible, plumas de guajolote, animal que heredó el nombre correcto del sol. Desde el día anterior a la salida se abstienen de cualquier contacto sexual y reducen al máximo su consumo de alimento y bebida.

Para emprender el viaje, los huicholes realizan diversos rituales preparatorios para el encuentro con los dioses. La cacería del venado es el más importante. La cacería es un acto fundamental para protegerse de los peligros, así como para llevar a cabo la ceremonia en la que se ofrecerá la sangre del animal a los dioses en el lago detateimatinieri.

Durante tres días de trayecto de La Tristeza a Wirikuta, tomaron sólo agua y no cruzaron palabra alguna, suspendidos en un extraño estado de contemplación. Ya en Wirikuta, el primer ritual de importancia es la confesión de los actos sexuales que los peyoteros han cometido a lo largo de su vida. se realiza cuando los peregrinos han alimentado al fuego. Tatehuari, diosprotector de los huicholes.

Elmar-akamedirige la ceremonia donde los peyoteros se confiesan uno a uno, y anudan un lazo que, al final, es lanzado al fuego.

Mientras los peyoteros confiesan sus infidelidades, un joven con una vara golpea a los asistentes en las piernas para que no omitan ninguno de sus amoríos, todo en medio de risas y burlas. Los niños se burlan de los viejos y éstos de los niños. Las parejas no muestran celos ni resentimiento por lo escuchado. Antes de llegar al lugar de los dioses, lo peyoteros tendrán que pasar a través de puertas míticas.

Después de la confesión se atraviesa la puerta donde chocan las nubes. Aquí los peyoteros pueden morir; pasan del estado profano al sagrado. Se paran enlínea recta, mirando hacia Wirikuta; elmar-akamepasa sus plumas sagradas por el cuerpo de cada uno de ellos y pide a Kauyumari, "el hermano mayor", que les ayude a cruzar.

Luego de cruzar la puerta nos encontramos en la morada de "las Madres del agua",tateimatinieri, manantial de agua sagrada. Cerca se encuentra otro manantial sagrado,toi-mayau, morada de "las Madres de los niños".

En esta pequeña laguna los peyoteros dejan ofrendas en el agua: niericas -cuadros de estambre-, sangre de venado, plumas; es decir, sus objetos más valiosos y sagrados, traídos delkalihuey-o templo. Después elmar-akamepondrá un poco de agua en la cabeza de los asistentes. Más tarde, los peyoteros llenarán sus bules con agua y los llevarán a sus comunidades, donde rociarán milpas, animales y a sus familias. Al día siguiente se cruza otra puerta, Wakirikitema, donde se pide permiso a los dioses para entrar a Wirikuta. El guía realiza una limpia a todo el grupo y, acto seguido, entran en la meseta donde viven los dioses.

Ahí, en el ámbito sagrado, todos los peyoteros se ponen en fila, como verdaderos guerreros, y elmar-akamemira hacia el horizonte; divisa, escudriña, quiere encontrarse con el venado azul. Todos esperan; el momento es tenso. si elmar-akameno descubre al venado azul, la cacería habrá terminado y tendrán que regresar a casa con los costales vacíos.

De pronto elmar-akameempieza a caminar y los peyoteros lo siguen. Todos se dirigen al lugar donde él vio al mítico animal. Instantes después se detiene y hace una pequeña horadación en la tierra que esconde al primer grupo de peyotes, ojícaris. La cacería ha empezado. Cacería, porque el peyote es identificado con el venado sagrado.

El guía parte de los peyotes en pequeños gajos y ofrece uno a cada peregrino. Los huicholes cantan, agradecen y dejan ofrendas donde apareció el venado azul. Una vez terminado el acto de comunión salen a buscar peyote, escaso por la rapiña urbana que profana el lugar sagrado. Conforme encuentranjícuriscolocan sus flechas a un costado. De regreso los recogerán todos. Por la noche se reúnen y alimentan al fuego. elmar-akamese sienta en unuweni, equipal sagrado, y canta lo que dicta Kauyumari. en su canto se reviven hazañas de los dioses y la creación del mundo, con ello los huicholes ayudan a su preservación. Danzarán toda la noche hasta el amanecer.

En la mañana, los peyoteros cantan hermosas canciones de despedida a los dioses y les piden que permanezcan ahí; luego partirán de regreso a su comunidad para realizar las ceremonias que completan el ciclo. Esta vez la cacería ha sido abundante. Hay suficiente peyote para todas las ceremonias. Por ello todos regresan satisfechos con sus familias. Los recibimientos serán calurosos, y las fiestas se sucederán en un ambiente de alegría, optimismo y de buenos presagios.

domingo, 12 de enero de 2014

Wixarika o Wirrarika

Wixarika es como se le denomina al individuo o persona que habita en los territorios de los estados de Durango, Jalisco y Nayarit, México. Actualmente a los originarios del pueblo wixarika, la gente no indígena los confunde y los nombra erróneamente como (huichol). Ese nombre se les ha dado por razones de historia. Los españoles al verlos a su llegada a este pueblo, así los llamaron. Hoy día incluso así los llaman. "Huichol" es un apodo que a la mayoría de los originarios de estos pueblos no les gusta. Otro dato es que a este pueblo mucha gente entre ellos el gobierno les da por decirles "grupos" y esta no es la palabra adecuada. Wixarika es un pueblo porque tiene un territorio donde habita, tiene costumbres y tradiciones a las del resto de la sociedad mexicana, ademas lo mas importante tiene una lengua..!



   

EL BAUTIZO WIXARIKA



Los niños del pueblo wixarika deben ser bautizados a los seis días de nacidos por los abuelos maternos y paternos. Un día antes del bautizo los abuelos ponen agua del río, de un lugar sagrado o del mar en el xiriki (adoratorio). Al siguiente día muy de mañanita todos los abuelos les darán los nombres a sus nietos, estos nombres se proporcionarán tomando en cuenta lo que ellos hayan soñado en la noche anterior. Si algún niño no tiene abuelo o abuela, los papas deben pedirle a un mara’akame (chaman) para que el realice la ceremonia y ponga su nombre. Si los niños o niñas no son bautizados los niños enferman y lloran sin acabar.





   

TEUKARITAME

Türi wixaritari kepaukua memükateukaritsieni. Xüka nunutsi ‘utinuiwa ‘ataxewirieka tukari hanukayayu mekanikateukaritákuni teukarimama yu naitü. Taikai mekanautatuakuni xirikita ha hatuxame mieme, tsiere haramara mieme. ‘Uxa’arieka kuitü ximeri türi wa teukarima mekaniwatiterüwaküni kepaü memütekuhenüxüa tükarikü. Xüka hipatü türi hawai wa teukari mekatehetiteni ya tüni memükahete’uwa, wa papama mara’akame müpaü memüteitahüawe, mü’aku mikateukarita. Xuka nunutsi xüka kakateukaritsieka yamütitsukani, yatüni mütitakuine.

jueves, 9 de enero de 2014

Demanda crear un programa para salvaguardar la zona sagrada
La Unesco, en alerta por el riesgo que las mineras representan para Wirikuta
Aumenta la exigencia de que se cancelen las concesiones a empresas trasnacionales


         http://www.jornada.unam.mx/2013/12/24/sociedad/042n1soc


 

viernes, 3 de enero de 2014

Este blog, desea a todos y cada uno de quienes lo visitan y muy Feliz y Prospero año 2014





Agradezco sus comentarios


La mejor canción de todos los tiempos

Imaginemos un mundo .... sin fronteras, pleno de amor y respeto de TODOS por TODOS Y TODO ¡¡¡¡¡








Estamos Aquí from Tatewarí Films on Vimeo.